Imagen de WhatsApp 2024-05-07 a las 10.42.34_a814f4eb

Carta a mi Tío Manolo: «El Nuevo Villano: El Pecado de la Privacidad»

Querido Tío Manolo,

Espero que estés bien y disfrutando de un merecido descanso, lejos de las intrigas internacionales y las cuestiones de alta seguridad que tanto preocupan a los gobiernos hoy en día. Aunque, claro, no tanto como les preocupa la privacidad de la gente corriente. Y es que este fin de semana han dado caza a uno de los más peligrosos criminales de nuestro tiempo… ¡Pavel Durov! ¿Que no sabes quién es? No te preocupes, yo tampoco lo sabía hasta que me enteré de que es el cerebro detrás de Telegram, ese malvado invento de internet que permite a la gente tener conversaciones privadas. ¡Imagínate el horror!

Te explico, Tío, para que te hagas una idea de la magnitud de este «crimen». Resulta que Telegram, esa aplicación que muchos usamos para charlar tranquilamente, tiene la osadía de no permitir que los gobiernos se metan donde no les llaman. ¡Es que no les da una puertecita trasera para que puedan curiosear lo que hablamos! Y, claro, esto no se puede tolerar. Porque, ya sabes, la privacidad es un concepto muy sobrevalorado, sobre todo si se interpone en el noble objetivo de los gobiernos de velar por nuestra «seguridad».

Esto me recuerda a otro «héroe» de nuestros tiempos, Julián Assange, el hombre que osó sacar a la luz los trapos sucios de Estados Unidos con los famosos papeles de WikiLeaks. ¡Ay, si hubieran sido los rusos! Todo el mundo civilizado habría salido en tropel a imponer sanciones, bloqueos, y lo que hiciera falta. Pero resulta que fue Estados Unidos el que quedó expuesto, con todos esos detallitos insignificantes como asesinatos, violaciones y otras nimiedades cometidas en Irak y Afganistán. Y claro, como son ellos los que escriben la historia, no se podía permitir que alguien les soplara las velas. Así que a Assange le cayó todo el peso de la ley, y terminó pagando con su libertad el atrevimiento de decir la verdad. Hoy, ese pobre hombre es solo una sombra de lo que fue, mientras Estados Unidos sigue con su halo de intocabilidad.

Y ahora volvemos a Pavel Durov, quien ha tenido la audacia de crear una aplicación donde los mensajes son secretos. ¡Secretos, Tío Manolo! Como si la gente tuviera derecho a tener conversaciones privadas sin que un gobierno metiche esté escuchando. Resulta que se le acusa de que en Telegram se cometen delitos de todo tipo: terrorismo, robos, pedofilia… vamos, el catálogo completo del mal. Y puede que haya algo de verdad en eso, pero, vamos a ser serios, ¿es eso culpa del programa? Es como decir que Renault es responsable de todos los delitos que se cometen con sus coches, o que William Clay Ford Jr. debería responder por los atracos realizados con coches Ford. Si seguimos esa lógica, Estados Unidos debería cerrar todas sus fábricas de armas, porque mira que se cometen barbaridades con sus productos. Pero no, aquí el problema es Telegram, porque, ya sabes, el verdadero crimen es que no se puede espiar a gusto.

Así que, por nuestro «bien», los gobiernos están en plena caza de brujas, tratando de hacer con Durov lo mismo que hicieron con Assange: asfixiarlo hasta que ceda y abra esa dichosa puerta trasera. Todo sea por nuestra seguridad, Tío, y por la tranquilidad de los que mandan, para que puedan seguir haciendo y deshaciendo sin que nadie les moleste con cuestiones como la privacidad o la libertad de expresión. Porque lo que realmente buscan es asegurarse de que no haya rincón del mundo, ni aplicación, ni pensamiento que escape a su control.

Me pregunto, Tío, qué diría Orwell si levantara la cabeza y viera en qué ha quedado todo aquello que escribió en «1984». Seguro que se sentiría orgulloso de lo bien que hemos aprendido la lección. Y lo más irónico de todo es que quienes más necesitan estas herramientas, como los opositores en regímenes totalitarios, podrían quedar desamparados si consiguen callar a Durov.

En fin, Tío, parece que Pavel Durov está a punto de convertirse en el próximo mártir de nuestra era digital, todo por el pecado de creer que la privacidad es un derecho y no una amenaza. Si lo condenan, habrán dado un paso más hacia un mundo donde todo está bajo vigilancia, y donde la tranquilidad no es para nosotros, sino para quienes nos observan.

Un abrazo verdadero, no irónico de tu sobrino, Nebula