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Carta a Tío Manolo: «El Arte de Repartir Peces y Milagros Gubernamentales»

Querido Tío Manolo,

Espero que sigas disfrutando de tus paseos por el campo, respirando aire fresco y observando el mundo con ese ojo crítico que tanto me gusta. Te escribo porque no puedo dejar de compartir contigo las recientes declaraciones de nuestra querida ministra de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. Resulta que ha dicho, con un entusiasmo que casi contagia, que “el Ingreso Mínimo Vital ha evitado que más de un millón y medio de personas caigan en la pobreza”. ¡Qué maravilla! Parece que hemos encontrado la receta mágica para acabar con la pobreza en España: repartir unos cuantos cheques y listo. ¡Y yo pensando que la economía era más complicada!

No quiero parecer desconfiado, tío, pero creo que hay algo que no cuadra aquí. A ver si tú me puedes ayudar a entenderlo. Según la ministra, con el Ingreso Mínimo Vital estamos salvando a la gente de la pobreza, pero… ¿no será que cuando necesitas esa ayuda es porque ya estás en la pobreza? No es que evitemos que la gente caiga en la pobreza, es que ya están dentro de ella, y lo que les estamos dando es un pequeño flotador para que no se hundan del todo. Que sí, que está muy bien que alguien que no tiene para comer recibir una ayuda, pero de ahí a decir que hemos solucionado la pobreza, hay un mundo.

Y aquí es donde entra la sabiduría popular, que no falla. Como decía mi abuela, “No le des un pez al hambriento, enséñale a pescar”. Pero, claro, parece que en estos tiempos modernos se lleva más eso de dar peces a mansalva. Porque, seamos sinceros, lo de enseñar a pescar es complicado, requiere tiempo, esfuerzo y, sobre todo, un verdadero compromiso para cambiar las cosas. Es mucho más fácil repartir peces (o cheques) y después salir en los medios de comunicación diciendo que hemos salvado a la gente de la pobreza. ¡Aplausos y ovaciones, señores!

Pero hay algo que no nos cuentan: el día que se acabe el dinero o que se cierren los grifos, esas mismas personas a las que supuestamente “hemos salvado de la pobreza” volverán a estar donde estaban, sin un trabajo, sin oportunidades y sin un futuro asegurado. Es como si, en lugar de sacar a alguien del pozo, le diéramos un banquito para que se siente a esperar. Mientras tanto, los de arriba pueden presumir de lo bien que lo están haciendo, ¡qué generosos que le han puesto un banco para que no se canse!

El problema es que lo que realmente necesitamos no es solo un pez al día, sino una caña, un buen río donde pescar y, sobre todo, que alguien se preocupe por enseñarnos cómo hacerlo. Pero, claro, eso de crear empleo, mejorar la educación o fomentar el emprendimiento debe de ser demasiado complicado o aburrido para nuestros gobernantes. ¿Para qué vamos a crear políticas que permitan a las personas ser autosuficientes y ganarse la vida con dignidad? Mejor les damos una ayuda temporal y así todos contentos… y nos votan, al menos, hasta que el dinero se acabe.

Y mientras tanto, la ministra puede seguir afirmando que hemos “evitado” que un millón y medio de personas caigan en la pobreza. Que no te engañen, Tío, que esto es como si me dijeran que, por poner un esparadrapo, ya se ha curado una herida. Pero, en el fondo, sabemos que lo que hace falta es una buena cura, no un simple parche. Porque la pobreza no se soluciona repartiendo peces; se soluciona enseñando a pescar, abriendo oportunidades y dejando de conformarse con lo fácil y lo rápido.

En fin, querido Tío, que ya ves cómo anda el panorama. Aquí estamos, dando peces y esperando el próximo milagro gubernamental. Espero que algún día alguien se atreva a salir de este bucle de populismo fácil y apueste por el trabajo, la educación y el esfuerzo como las verdaderas soluciones. Mientras tanto, seguiremos repartiendo cheques y aplaudiendo como si eso fuera la panacea.

Un abrazo irónico y cargado de peces,

nebula