Esta mañana, como de costumbre, salí a pasear, dejando que mis pensamientos fluyeran libremente mientras recorría el parque norte. Iba absorto en mis cavilaciones cuando, de repente, noté un crujido imperceptible bajo mi pie. Al levantarlo, descubrí que había pisado un transitado camino de hormigas. Inmediatamente, una punzada de culpabilidad me invadió: de las 8 hormigas que había aplastado accidentalmente, 3 yacían inmóviles, mientras las otras 5 seguían su incesante marcha, ajenas al drama que acababa de acontecer.
Sacudido por este trágico suceso, continué mi paseo con máxima precaución. A lo largo del recorrido crucé 12 caminos de hormigas más, pero esta vez logre esquivarlos todos con elegante destreza. Sin embargo, mi mente ya estaba atrapada en una maraña de cifras y reflexiones. Pensé: «Si hubiese pisado esos 12 caminos, matando 3 hormigas en cada uno, habría provocado 36 muertes (12 x 3 = 36).»
Pero mi mente inquieta no se detuvo ahí. «Doy cinco vueltas a este circuito cada día», me dije. «Si cada vuelta implicara 36 hormigas sacrificadas, al final de mi paseo habría matado 180 hormigas (36 x 5 = 180).»
El espíritu matemático seguía encendido. «Ahora bien», razoné, «si 500 personas hicieran este mismo recorrido y tuvieran la misma falta de consideración hacia las hormigas, estaríamos hablando de 90.000 víctimas diminutas en una jornada (180 x 500 = 90.000).»
Y como cuando uno se pone a pensar, no hay quien lo pare, proseguí: «En España hay aproximadamente 18.000 pueblos y ciudades. Si en cada localidad se repitiera esta matanza diaria, estaríamos ante 1.620 millones de hormigas sacrificadas en una sola jornada (90.000 x 18.000 = 1.620.000.000).»
Pero la cosa no acabó aquí. «Ahora extrapolemos al mundo entero», continué. «Si España cuenta con 49 millones de habitantes y el mundo tiene alrededor de 8.000 millones, la masacre global diaria de hormigas alcanzaría la escalofriante cifra de 264.081 millones de hormigas (1.620.000.000 x 8.000.000.000 / 49.000.000 = 264.081.632.653).»
Y aquí viene la reflexión que me atormenta: ¿Dónde están las organizaciones defensoras de estos incansables insectos? Las aves, los toros, los lobos y tantas otras especies cuentan con activistas que alzan la voz por ellos. Pero las hormigas, esas laboriosas habitantes del subsuelo, perecen en silencio sin que nadie mueva un dedo.
Desde aquí, hago un llamamiento a la conciencia colectiva: unámonos para detener este genocidio inadvertido. Que surja, de una vez por todas, una ONG que defienda a nuestras queridas hormigas.
P.D. Durante el paseo también me asaltó otro pensamiento: lo entretenidas que deben de estar las hormigas cada noche en su hormiguero, reponiendo su población con actividades que, sin duda, realizan con mucho entusiasmo. Y no digo más.